Han pasado muchos veranos; y tienen que llegar muchos más, pero no habrá ninguno como el del 91. A veces me corroe el alma pensar donde estaba yo durante aquel verano, en ocasiones me pasaría horas mirando el cielo estrellado deseando no ver ninguna estrella en él. No sé que estaba haciendo yo durante aquel verano; quizás lo mismo que en estos últimos, quizás lo mismo que en los anteriores a aquel año.
Yo sólo sé lo que pasaba en otro lugar, yo sólo tengo presentes muchas emociones; las de alguien lanzando siempre sólo en alguna vieja canasta, las de gente explotando su talento para tratar de salir del infierno, las de alguien con grandes ilusiones y ganas de ayudar a los demás, las de alguna pobre alma frágil y abrumada que de poderlo haber tenido todo, acabó en nada, las de algunas estrellas fugaces que luchaban contra sí mismas para tratar de conseguir aquello que tan difícil tenían; pero desgraciadamente, las que más fuerte siento, son las de alguien que siente que debería haber estado allí... y que no estuvo. Que debería de haber dejado caer muchas gotas de sudor sobre aquel viejo cemento y que tendría que haber estado en medio de la noche, deseando colocar su cama en otro sitio, para poderse levantar por la mañana y vivir unos momentos de gloria. Y bien cierto es que estas últimas son las que más me atormentan y hacen que me sienta el ser más impotente del mundo.
Puede parecer triste que sólo un puñado de elegidos puedan llegar a alcanzar la verdadera gloria; y que muchos otros no dejen de ser estrellas fugaces que brillan por momentos y desaparecen, pero no hay nada más triste que saber que no has podido llegar a ser ni tan solo una estrella fugaz, que no pudiste envolverte de todos aquellos sentimientos increíbles, respirar aquel contaminado aire, ni pisar aquel viejo cemento. Sólo hay una cosa que me da fuerzas para continuar; soñar que tal vez habrá otro verano que aunque no sea igual, sea parecido y soñar que tal vez yo pueda estar allí.
A Cabrini Green (escrito en algún momento incierto durante la primera mitad de la década de los noventa). Traducido del catalán y ligeramente corregido, ya que tres o cuatro expresiones me chirriaban un poco.
Momentos de divagación de un joven algo perdido que sentía que él no pertenecía al sitio donde le había tocado vivir... y que era capaz de llorar tras ver una película de baloncesto. Era otra época, internet aun no estaba para facilitarnos las cosas y el impacto de un film como Heaven is a Playground podía llegar a ser brutal... al menos para mi.
Quién sabe qué me pasaría por la cabeza en aquellos momentos para que me decidiera a escribir esta oda a Cabrini Green, a Time Out (o lo que es lo mismo, a Heaven is a Playground), al playground y al libro que lo inspiró todo (que curiosamente no he leído jamás).
Como reza la frase que preside desde siempre las entradas de mi blog (y que también descubrí en Heaven is a Playground):
The true object of all human life is play.
The earth is a task garden, heaven is a playground.
G. K. Chesterton
Desde que abrí este blog, hace ya casi dos años y medio, sé que tengo que publicar un post dedicado a Heaven is a Playground, pero aun no lo he hecho... es como si inconscientemente esperara el momento ideal para hacerlo, sin prisas...
11 comentarios:
Mo, ¡qué verano aquel de 1991!
Precisamente sobre los playground ando yo también divagando. Ya te contaré, pero allí es donde está el 'santo grial' del baloncesto y la vida en el barrio.
Un saludo crack.
Bonita entrada Mo.
Que grandes momentos en las canchas de la calle, y cuantos sueños...
Saludos.
Esto si es ¡¡¡ POESIA EN MOVIMIENTO ¡¡¡
Enorme post Mo!!!!
Saludos, Nique.
Grande, grande...
Saludos, Jacobo.
Sin duda, los playgrounds de tu amada N.Y. significan allí algo más grande que la propia vida; una forma de vida en sí misma, todo un mundo de cemento, baloncesto e ilusiones.
Gracias, Jorge.
Tu debes de haber pillado algún detalle más que otros lectores, ya que sé que has visto la película, esa película que parece como si nunca hubiese existido en este país... pero que existió a mediados de los 90 en varios videoclubs, infamemente traducida como Time out.
Saludos.
Saludos, costas.
Poetry in motion, man !!!
Saludos, J-Bo.
Muchas gracias.
Plas, plas, plas!!!!
Siempre digo que Mo sabe destilar sentimientos que emanan de esos lugares comunes que todos compartimos en la nostalgia de un balón sin dibujo y unas zapatillas que nunca tiraremos porque son parte de nuestra piel. Esta entrada única y maravillosa, escrita en el delirio de un verano, ese verano, sola la podrías escribir tú en ese momento, pero es un pedazo de la historia de todos los que aprendimos a soñar con un aro olvidado en un rincón de nuestro barrio, nuestro playground, que era nuestro Madison en sueños.
Felicidades. Y gracias.
Para mí esto que has escrito resulta especialmente emotivo, me llega de verdad al corazón. Tú sabes el subtítulo que hay en la portada de mi blog, y ese pensamiento nació de manera totalmente espontánea en mí.Por eso cuando descubrí tu blog y me encontré esa frase, de verdad que me emocioné.
Yo llevo 20 años con las pachangas, y en los últimos 3 mis amigos y yo les hemos dado una dimensión especial gracias a la bloggosfera. En todo este tiempo mi vida ha cambiado de arriba a abajo, he ganado seres queridos, he perdido otros, he cambiado de ocupación, he cambiado de casa, y debido a unas obras, hasta de cancha...
...Pero nunca he dejado de jugar cada sábado. No soy alto y me faltan fundamentos, pero para jugar en la última división me habría llegado, y nunca lo intenté: prefería vivir tardes eternas de piques, de charlas, de pases arriesgados, de tiros que te dan o te cuestan un partido...De emociones puras. Diez o quince minutos saliendo del banquillo tras haber viajado x kilómetros no eran bastante para mí. Y no me arrepiento para nada del camino que elegí.
A mí la gente no me conoce como Jose, me conocen como Lakers, el mote que me pusieron las viejas glorias retiradas de nuestro playground cuando me vieron llegar, precisamente en el verano de 1991, con una camiseta de mi equipo favorito.
En un invierno bajo cero o en un verano a 40 grados. A pleno sol o con la única luz de la luna. Después de trabajar o antes de salir de fiesta. Rodeado de gente hasta tener que hacer 4 o 5 equipos, o solos el aro, el balón y yo. Siempre que la salud me lo ha permitido, cada sábado me he encontrado con mi gran pasión, con algo que es parte indivisible de mí.
Pero todo se acaba, y aunque me cuido mucho, mi cuerpo poco a poco me va diciendo basta. He visto pasar a generaciones de jugadores, he visto chavales menores que yo empezar en el baloncesto y también retirarse. Y algún día me tocará a mí.
Pero el día que deje de jugar, siempre me quedará un deseo imposible. Si realmente fueramos eternos, yo tengo muy claro a qué me gustaría dedicar la eternidad.
Si el cielo existe, por favor que sea un playground.
Gracias Mo y perdonad todo este rollo. Un abrazo.
Saludos, Sraly.
Gracias a tí por tus maravillosas palabras, crack. Sin duda los playgrounds encierran la mística del baloncesto, esos sentimientos que no caben ni en el mismísimo Madison Square Garden, sólo en la calle y en el sucio y gastado cemento de los playgrounds.
Saludos, Jose.
Muy grande y sentido tu comentario; sin duda hay algo ahí, en la mística de los playgrounds que nos hermana...
Me ha encantado este párrafo: ((No soy alto y me faltan fundamentos, pero para jugar en la última división me habría llegado, y nunca lo intenté: prefería vivir tardes eternas de piques, de charlas, de pases arriesgados, de tiros que te dan o te cuestan un partido...De emociones puras.))
Yo también he experimentado esas sensaciones, a pesar de que en mi caso sí que he llegado a tener alguna pequeña experiencia federada, pero breve y que sólo hizo que confirmarme que, al igual que tú, prefería el playground a estar rompiéndome los cuernos continuadamente en un equipillo federado para que me llegara alguna bola de vez en cuando... y es que si juegas de pívot, eso aun es más sangrante.
Espero que allí arriba nos espere un playground, crack. Un abrazo.
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